Juanjo Agón es uno de los máximos exponentes de futbolistas binefarenses con mejor bagaje dentro del fútbol español. Siempre con el 9 a la espalda, Agón respondía al perfil del delantero centro clásico; su remate de cabeza era demoledor y su juego de espaldas a la portería abría el camino de la gloria a sus centrocampistas. Después de catorce años siendo la referencia del gol en sus equipos, el centro delantero decidió retirarse de los terrenos de juego con treinta años recién cumplidos. Hoy es habitual en los partidos del C.D.Binéfar, además de no perder detalle de su deporte favorito a través de la pequeña pantalla. El fútbol le sigue apasionando.
Su periplo en el F.C.Barcelona Juvenil fue desigual. Marcó muchos goles, pero no jugaba siempre. Su competencia por el dorsal 9 era el hoy actor Pep Munné. “Resultaba muy curioso. Nuestro entrenador, Rodri, era a la vez segundo entrenador del Barça entrenado entonces por Buckingham. Cuando Rodri hacía las alineaciones, ponía a Munné, pero muchas veces tenía que ir con el primer equipo y entonces era José María Minguella, segundo entrenador nuestro, el que hacía el equipo titular y ahí sí que jugaba de inicio”. Una vez acabada la etapa juvenil, Agón decide volver a casa. “Cuando eres joven tienes muy poco conocimiento. No sabía lo que quería. Hoy, me quedo en el Barça hasta que me echen”. La entidad azulgrana le ofrecía seguir en el amateur, pero el deseo de jugar más minutos, cierta morriña y la novia devolvieron al delantero a su pueblo. Por cierto, su etapa como jugador del Barça no fue suficiente para que Juanjo fuera, para siempre, aficionado culé. Más bien todo lo contrario, ¿se lo imaginan? Es seguidor del Real Madrid.
De vuelta al Segalar, Juanjo Agón firma una temporada sobresaliente con el C.D.Binéfar, en Tercera División, y … regresa a Barcelona para jugar en el San Andrés. El equipo cuatribarrado jugaba en Segunda División A, al lado de conjuntos como Betis, Sevilla, Hércules, Elche, Tenerife o Murcia. Agón tenía como compañeros a veteranos ex jugadores del Real Madrid o Barcelona; Serena, Borrás o Comás. Su entrenador era Daucik, cuñado de Kubala, y hombre peculiar en el trato con el futbolista. Dentro de aquel equipo, y con veinte años, Agón era el pipiolo dispuesto a aprender y jugar todo lo que fuera posible. “Al principio, en los entrenamientos no la veía. Poco a poco fui cogiendo fuerza y experiencia al lado de aquellos jugadores que casi podían ser mi padre”. A pesar de ese aire que le iba tomando al nuevo escenario, y ante su insultante juventud, el club y el propio delantero deciden una cesión al Andorra, entrenado por Moreno Manzaneque, mister del Lorca en aquella histórica promoción ante el C.D. Binéfar (83/84). En el Principado vuelve a lo suyo, es decir, regresa al gol dominical y coincide con Antonio Alarcón, años después jugador del equipo celeste en el histórico ascenso de Preferente a Tercera División (78/79).
La carrera de vértigo continuaba en un futbolista de veintiún años, tan joven como viajero. Tras unos problemas con el San Andrés por cuestiones de ficha, cesiones y libertades, y después de la mili en Barbastro y vestir la camiseta del Huesca, Juanjo regresa al equipo catalán habiendo pasado antes por la vicaría. Era el verano de 1974, y a punto de iniciar la pretemporada con el San Andrés, recibe una llamada de Roberto Chirón, más conocido en el fútbol local como ‘Chipi’: “- Juanjo, ¡enhorabuena!, has fichado por el Español. Acabo de leer el Dicen, y sale tu fichaje por el equipo blanquiazul”. Agón no daba crédito a las palabras de otro nueve de leyenda, pero era cierto. El Español tenía derecho a optar por un jugador del San Andrés y decidió que éste debía ser nuestro delantero. Después de negociar, directamente, con el presidente españolista Manuel Méler, Juanjo llega a la pretemporada de los pericos, bajo las órdenes de José Emilio Santamaría. A su lado, jugadores como Fernández Amado, Osorio, Marañón, Jeremías, Verdugo o Canito. “Yo alucinaba. En los entrenamientos me mareaba. Era otro fútbol, otro ritmo, otra cosa”, señala Juanjo. Antes de iniciarse la temporada, y después de estar convocado para el Trofeo Ciudad de Barcelona de aquel 1974 ante el Slovan de Bratislava, el jugador decide atender una oferta del Reus (Tercera División). “Veía que allí iba a jugar muy poco, y yo lo que quería era ser titular cada domingo. La oferta del Reus me daba esa posibilidad y no lo pensé dos veces”. Su estancia de un año en el equipo reusense estuvo lastrada por el cartel que traía de jugador que había pasado por Barça y Español. “Creían que un solo futbolista podía cambiarlo todo y este deporte es de equipo. Fue un año difícil, con mucha presión, pero también con goles mientras el entrenador decidió contar conmigo”. Acabado el año en el Reus, Juanjo Agón toma una decisión final que le devolvería sin remisión a su tierra. Estaba esperando un hijo, Juanjo Jr, y aquel equipo que le ofreciera por la zona un empleo en banca contaría con sus servicios. El At.Monzón, entonces en Tercera División, fichó al delantero que le daría durante dos temporadas decenas de goles en una competencia de nivel muy superior al que hoy conocemos de esa categoría.
Y llega el día, el mes y el verano del regreso definitivo a casa. Corría junio de 1979, el C.D.Binéfar acababa de ascender a Tercera División y Agón fichaba por su equipo de siempre, junto a otros ilustres procedentes también de la escuadra vecina; Nacho Vergara, Miret y Plou. Aquí se iniciaba la recta final de su carrera y sin duda una de las épocas más brillantes del “Torpedo” y de su C.D.Binéfar. “Hacíamos un fútbol espectacular. El ambiente, el entrenador, los jugadores… Era un equipazo. Si llegabas quince minutos tarde al partido, te perdías tres goles. Salíamos como máquinas”. De aquella época irrepetible, el goleador tiene recuerdos para escribir un libro. Por ejemplo, sobre sus compañeros… “Guillermo era espectacular. No hacía falta que le explicarán cómo y qué era el fútbol. ¿El mejor? No sabría decir, pasaron jugadores sensacionales como Guillermo, Paquito, Armando, Yus… ¡Qué años!”. Mientras pasa revista, el 9 revive con sus tonos emocionados aquellos partidos únicos ante Figueras, Andorra, Reus o Europa. Era la primera temporada celeste en la categoría de bronce, después de varios años de ir y venir en la Regional aragonesa. Todo lucía con un color particular, desde el mismo terreno de juego del Segalar, sembrado de césped aquel mismo verano. Agón, con veintiséis años y sin ser de los más veteranos, tenía una evidente ascendencia dentro del vestuario por motivos varios: trayectoria, calidad, binefarense y aire de líder indiscutible. Tras cuatro temporadas en la entidad celeste, el “Torpedo” puso punto y final a su carrera futbolística. Con treinta años, decía adiós a quince temporadas que tuvieron, sobre todo las diez primeras, una velocidad, actividad y experiencia capaz de aleccionar y madurar al más pintado. Atrás quedaban tardes de gloria, ascensos y goles para enmarcar, junto a escenas de disgusto mayor por aquel balón que no entró, entrenador que no atendió o decisión propia que no debió.
Hoy, y a sus sesenta años, los recuerdos que permanecen brillan mucho más que los destinados al olvido después de la experiencia. Su conversación es fluida y su verbo futbolístico no para de actualizarse. “Hoy el fútbol profesional ha ido a más (técnica y físicamente), mientras que el amateur ha ido a menos. Antes se podían sacar cuatro o cinco jugadores en cada pueblo para la Tercera División, y daban la talla. Ahora, creo que no”. Agón se nutre a diario del fútbol televisado y cada domingo de su Binéfar del alma. “Veo mucho fútbol y me divierte más el juego directo que el tiqui-taca. Hay que tocar para llegar y no para marear. Primero hay que meter cuatro y después ya tocarás”. Entre ideas y nombre propios, la conversación se detiene para acabar en su gran virtud sobre un terreno de juego, esa que le permitió alzar los brazos al aire ante la atropellada invasión de sus compañeros. “Aprendía a rematar de cabeza en los Escolapios de Barbastro y en compañía de Javier Sáez. En el patio, hacíamos una pelota de papel y él me la tiraba con la mano para que yo la rematara. Así, una y otra vez, hasta que al final la ponía dónde quería. Me gustaba mucho rematar con la cabeza, veía un balón por arriba y no dudaba”. Su gran ventaja sobre aquellos centrales de tomo y lomo no era su físico, sino más bien su agudeza para colocarse o anticiparse ante la sorpresa del rival.
Ahora viene la mía y acabo. Temporada 1979-1980. Niebla y frío en el Segalar. Invierno literano sin previo aviso. Ya entrada la segunda parte, se adelanta el equipo catalán en el marcador. La derrota se vislumbraba, incluso en la espesa bruma dominical. El Binéfar se vuelca sobre la portería de los goles y ante los sudores de Capó. Prueba de ello es una galopada por banda izquierda del “Flaco” Castanera. Cuando llega al límite del banderín de córner, el exterior montisonense mete el empeine abajo del esférico con esa calidad única que atesoraba en su guante zurdo. Juanjo sigue la jugada entrando desde el punto de penalti, imagina el lugar exacto del servicio que le va a ofrecer el “Flaco”, convence al central de su engaño y se va como un rayo al primer palo y fuera del área chica para, en plancha, conectar un testarazo que teledirige al palo largo. Era el empate, antesala de la remontada, y el mejor gol de cabeza que nunca más disfrute. Capó, de acuerdo conmigo, aplaudía sin cesar el remate del gran Juanjo Agón.