Basadas en la tradición de actos que deben suceder el mismo día y a la misma hora de tantas años -desfile, ofrenda, bailes populares, festival de jota, carpas de peñas, conciertos…-, los festejos en Binéfar resolvieron su menester 2018 con buena nota. Se dirá que el buen tiempo, y es cierto; pero una organización no puede asentar el posible éxito de su propuesta en el buen comportamiento del cielo y sus fenómenos. Es necesario un programa que anime a la participación, que llame a la acción y que programé con una visión generalista donde quepan todos y nadie falte. Vimos escenarios repletos con orquestas, espectáculos varios o conciertos con más de medio aforo rondando los dos mil quinientos espectadores -Orozco-. Calles pobladas de vecinos y visitantes en busca de la inmediata parada de fiesta. En definitiva, hubo miles de personas alineadas con la diversión del motivo y la relación con el semejante. Todo lo expuesto fue tan objetivo como uno de los momentos más emotivos de los cinco días: el pregón de Vicente Abadía.
Dentro de la buena nota general, se echó de menos más enjundia en los eventos para los pequeños (menos talleres, más espectáculos) y se sigue eternizando el desfile (no hay forma de aligerarlo y las caras al final hablan por sí mismas). Antonio Orozco lució antes y durante -más allá de su gesto de solidaridad fuera de lugar para muchos, ideal para otros tantos-. Las peñas desempeñaron un papel principal en la madrugada de personas contadas por millares; dos carpas, dos ambientes y una ley de espectáculos que, con sus limitaciones de aforo, restó público real en la zona peñista. Y la sensación dentro no era de agobio, ni mucho menos.
Buenas fiestas… se acabó el verano