Lapido volvió a Binéfar, veintitres años después. Y lo hizo con la natural y compleja sabiduría que el tiempo solo otorga a los genios en la tierra. Su extrema sensibilidad a la hora de componer e interpretar se mudo en sublime belleza. Su introversión envuelta en sencilla humildad volvió a cuativar, veintitres años después.
“Aunque nunca lo haya dicho, siempre lo he pensado, sigue estando Dios de nuestro lado” (Sigue estando Dios de nuestro lado).
Son las 18 h del sábado 8 de marzo. Esta tarde no luce un sol cualquiera, certeza que confirmó a través del cristal de mi automóvil mientras acudo, como el niño al juego, a la prueba de sonido y entrevista con José Ignacio García Lapido. La sensación positiva viene de lejos, de muy lejos. De treinta años siguiendo a 091 y a Lapido, de decenas de canciones que alteran mi sensibilidad más positiva, de kilómetros ilusionados en busca del autor, de noches escrutando las líneas y entrelineas de sus letras, de atronadoras madrugadas confirmando la vida que mala es. Al llegar al Teatro Municipal de Los Titiriteros de Binéfar (otros que “bien bailan”), todo está preparado a la espera de que llegue el artista y los suyos. Mientras repaso algunas notas, no deja de impresionarme la quietud de trescientas butacas vacías y la eterna duda de su futuro más inmediato. Querría un teatro lleno, pero me temo que Lapido atesora todo lo necesario para que el gran público requiera otro menester ¡No entiendo nada! Llega mi paisano y saluda con una sonrisa medio escondida en la entretela de su introversión. Comenta lo lejos que estamos, su último concierto en Binéfar y la alegría de un retorno demasiado prolongado en el tiempo. “Volver aquí me trae multitud de recuerdos. Siempre me habéis tratado muy bien y estoy encantado”. La memoria triunfa y los recuerdos se agolpan entre las arrugas de nuestra frente, apoyados por unas fotos que nos hablan de lo que fuimos. “La primera vez que vinimos fue a Esplús en 1986 y parece que dejamos huella. Después hemos vuelto a numerosos lugares del entorno, aunque ahora hace años que no estábamos. Creo que los conciertos que dimos quedaron marcados en la memoria de la gente y eso ha sido clave para que sigamos viniendo”. Lapido muestra ese recato propio de un hombre que no responde al perfil del encanto por uno mismo; siempre utiliza la primera persona del plural, alejando personalismos que rebotan en su disposición natural. “Es difícil de averiguar lo que quiere la gente, pero trabajando con honestidad y haciendo lo que crees que es correcto, siempre se llega al público”.
“Estoy en ninguna parte, rozando el desastre, sin nada que hacer. Estoy flotando en el aire, supongo que sabes que abajo no hay red. Sentado a la diestra del padre, esperando la luna de Cáncer, haciendo de la duda un arte, planteándome en serio volver a nacer, volver a nacer, volver a nacer, nadie me ve”. (En el ángulo muerto).
Lapido va y viene de la furgoneta al escenario del Teatro. Con él, Popi Hernández (percusión), Víctor Sánchez (guitarra) y Raúl Bernal (teclados). Con ellos cuatro viajan los instrumentos, amplificadores y otros varios que utilizarán para el directo. No hay equipo de montaje, y todos hacen de todo; Lapido, el primero. Recuerdo a los “Cero” y aquellos años de juventud que colmaron eternas locuras. Imposible escapar del viaje a Granada para ver el último concierto de la mejor banda de rock española disfrutada en los últimos treinta años. Kilómetros en utilitario por las carreteras de España, atronando una canción del grupo por cada metro recorrido. En los asientos acompañantes, Yolanda y Cristina, más de lo mismo. “Empezamos muy jóvenes con los 091 y fue una época de aprendizaje única. Todo lo que sé es fruto de ese aprendizaje y evolución. Para mí aquellos años fueron básicos”. Tiempos pretéritos que moldearon a un compositor de sensibilidad y pluma abrumadora, hasta llegar a aquel 18 de mayo de 1996. “El tiempo no pasa en balde. Cuando dejamos 091, inicié una carrera en solitario intentando mejorar mi técnica de composición y haciéndome cargo de la voz. Han sido nuevos retos y hay que afrontarlos”. Todos sabíamos que la banda granadina era un torrente de canciones a borbotones. Reconocíamos su sonido, su estampa, su voz, su directo… y sobre todo sus letras. Sabíamos que los “Cero” eran un todo santificado por Lapido; compositor, letrista, guitarra… y equilibrio y coherencia y mesura y verdad. Una vez iniciada su carrera en solitario, no dudábamos de él, aunque las comparaciones estaban servidas. “La preocupación vino al principio. Después de 091, dudé si crear otra banda o salir con mi propio nombre. Al final decidí que mis composiciones eran muy personales, y mi propia voz era la adecuada. Logicamente había inseguridades, pero los discos y conciertos te van asentando. Las comparaciones serán inevitables, pero cada uno tenemos nuestra personalidad a la hora de cantar”. La prueba de sonido es la prueba del matiz hasta la obsesión. Todo tiene que sonar mejor que ayer y mucho más en Binéfar. La parroquia lo merece y la complicidad no puede violentarse. Sentados en la primera fila de un teatro vacio a la espera… seguimos con emoción reconocida las canciones que sirven de examen para todo lo que vendrá después. La hora aproximada de ensayos se cierra con “La Torre de la Vela” y yo me pongo de pie, mientras los corazones de mil colores saltan por los aires. Se acabó; velen emociones que la noche requerirá.
“Le rogué a las sombras unos gramos de oscuridad. Y a la multitud pedí prestado un poco más de soledad. Al grito le pedí silencio, calma a la ciudad. Llamando por su nombre al sueño, éste no tardó en llegar…”. (Como acaban los sueños).
Sentados frente a frente, Lapido proyecta una calma reflexiva, franca, próxima y cordial. Para comenzar a hablar, enciende un cigarrillo y atiende. Hablamos de todo y de nada en quince minutos aprovechados. Historia, recuerdos, conciertos, canciones, personas… y poesía. “Las letras han sido muy importantes en mi forma de componer. Cuando empecé me di cuenta que la letra era fundamental. Podías dedicar mucho tiempo a perfeccionar música y arreglos, pero si después no había una letra que dijera algo, para mí el tema se quedaba cojo. Hay que decir algo con cierto empaque poético. Yo no tenía ninguna vocación literaria previa, pero me puse manos a la obra y…”. Y menos mal. Lapido es el poeta mejor guardado que nunca ha tenido el rock and roll en nuestro país ¿Cuántos de nosotros, antes incluso de escuchar sus canciones (antes y ahora), leemos con cierta ansiedad sus letras? ¿Qué contará? ¿Qué imágenes utilizará? ¿Qué grado de paradoja, entre el fracaso y la esperanza, dibujará esta vez? “Conforme pasa el tiempo, vas leyendo y vas creando tu estilo. A pesar de ello, no es fácil, creo que acabar una buena letra cuesta sangre, sudor y lágrimas. Por eso quizá no soy tan prolífico como a mí me gustaría. Siempre quiero dejar todo perfecto”. Doscientas canciones compuestas y escritas elevan al artista a un cielo que define la sublime expresión introvertida de la belleza hecha metáfora y melodía. Lapido esculpe montañas rusas de emociones. “La sensación de esperanza creo que la puede dar la belleza de la música. Yo puedo describir el mundo tal y como lo veo; seguro que no es la más optimista porque la vida no es para ser optimista, pero el hecho de hacerlo canción crea un sentimiento positivo”. Sin alborozos a precio de saldo o desmesuras viento en popa. Con su razón de paso por un mundo que gusta y reniega, Lapido mira al futuro sin querer ver demasiado. “Será lo que el destino me deparé. No hago planes a largo plazo. Supongo que grabaré otro disco dentro de poco tiempo, iré haciendo conciertos e intentaré disfrutar todo lo posible. Cuando uno se cuelga una guitarra por primera vez, no piensa que vaya a ser profesional del tema. Yo agradezco a la vida o al destino el que haya podido estar tantos años haciendo profesión de mi vocación”. Y los que vendrán sin permiso de un tiempo irreverente con lo elevado y excelso.
“Ahora sé que el juego acaba en llanto, ahora sé que puedo resistir, ahora sé que nadie nos devolverá las lágrimas que derramamos, los sueños que dejamos ir”. (Sueños que dejamos ir).
Y llega la hora exacta, ese instante que, por esperado, no escapa a su plenitud. El Teatro Municipal de Los Titiriteros de Binéfar viene de alquilar sus mejores galas, y todos los que estamos somos los que debemos. Lapido sale al escenario y mira sin mirar al infinito de la sala. Su timidez se alivia cogido al mástil de la guitarra que le acompaña. Toma asiento rodeado de una banda virtuosa y exacta. Las canciones empiezan a deslizarse por la pendiente de almas activas y receptivas al “quejío” del poeta “granaino”. La percusión mece, los teclados elevan, la guitarra quiebra y Lapido enamora durante dos horas sin piedad. Guiños al pasado, evidencias del presente y salud general del alma bien alimentada para unos cuantos días. Al final, “La Torre de la Vela”, fieles en pie y saludo de los artistas con Lapido, queriendo sin querer.
“Vi el camino dividirse en mil senderos, demasiados cuando no se sabe adónde ir. Vi al escorpión danzando en un círculo de fuego, resignado porque era el principio del fin…“ (El principio del fin).