La música ha estado tan presente en su vida, como el penúltimo punteo de guitarra que ha planeado entre sus manos y las seis cuerdas. La casualidad adolescente le llevó a conjugar libros de instituto con grupos de expansión rebelde. Después vendrían proyectos que rozaron el éxito y realidades que jamás han alejado la música de sus sueños terrenales y hedonistas. Hoy, aquel joven de cabellos rubios y rizados concentrado en una guitarra, aparece leal a sus principios de discreción activa envuelta en una partitura grupal o coral.
Richard Daniel aprendió el oficio de carpintero fabricando guitarras en el garaje de un buen amigo suyo. Otra vez autodidacta, de nuevo intentando lo que se prometió y por voluntad e intelecto alcanzando el objetivo. Este hecho resulta principal para entender de qué manera la música ha ido impulsado su vida. Él lo cuenta así: «Me propuse hacerme mi propia guitarra. Para ello me fui comprando herramienta, hasta tener un pequeño taller en mi casa. Conseguí fabricarme mi guitarra, producir alguna más y cuando me trasladé a Almacellas, y gracias a los conocimientos adquiridos, pude trabajar como carpintero». Algo más que una anécdota que explica su vínculo con la música, desde Drama Sacrílego –su primer grupo en el instituto-, hasta la Coral de Binéfar o Blackbird, sus actuales quehaceres musicales levantados sobre el gusto de ensayar y cantar o tocar en el estreno de sus cincuenta años.
A Daniel, hoy se le sigue reconociendo por el bar que tuvieron sus padres en Binéfar, el histórico Romea, y por Proscritos, el grupo del que participó durante casi una década. Y no será por actividad, más bien es una persona hiperactiva tal y como él se autodefine, sino por su reservada manera de hacer. Además de su actual trabajo profesional, no deja tiempo de ocio libre para emprender tareas –ahora anda montando amplificadores-, persistir en su guitarra, acudir a los ensayos de la Coral o persuadir a su hijo Joan (12 años) para formarse musicalmente, tal y como lo viene haciendo en el Conservatorio de Música de Monzón: «Le gusta la música, pero quizá es muy joven todavía para vivir con pasión un conservatorio y sus lógicas exigencias formativas. Me gustaría que pudiera tener lo que yo no he tenido, es decir, una base teórica sobre la que ir creciendo musicalmente». Sin tener ningún lazo familiar que le acercara a la música, Richard Daniel sí que lo tiene ahora y de forma muy directa a través de su hijo y de su mujer, Ruth: «Ella, como componente de la Coral, fue la que me convenció para integrarme en la misma, hace ya veinte años. Fui a probar y debo decir que me ha seducido de tal forma, y he descubierto tantas cosas, que hoy estoy encantado de mi experiencia coralista». Cuando habla de la Coral de Binéfar, a Richard se le enciende una luz singular en su rostro. Sin mediar palabra, no puede soslayar su gusto por el colectivo de voces dirigido por Tere Maza: «Una coral es un grupo colaborativo de personas que comparten afición por la música. Nada que ver con un grupo de pop o rock donde las tensiones del ego priman sobre el conjunto, sobre todo en edades tempranas». Su voz atesora conocimiento a través de la experiencia vivida desde los quince años, pero su voz no se distinguía por ser carne de coral, ¿o sí?: «La coral no es un conjunto de grandes voces. Por tanto, ahí podía entrar yo. Con el tiempo vas educando la voz, aunque el codo del compañero que tienes al lado también educa».
Drama sacrílego, Coitus interruptus, Marcha atrás, Proscritos, Dickie Daniel y only cowboys never tune up, Coral de Binéfar y Blackbird.
Siete proyectos que se fueron alimentando en el tiempo. Los tres primeros forman parte de una línea natural y rebelde en el tránsito adolescente. Fueron grupos que le introdujeron en un mundo del que ya no ha desistido. Proscritos fue, sin duda, la formación que le mantuvo durante un lustro a las puertas del éxito, aunque al final aquellas ilusiones quedaron en la memoria de lo que pudo haber sido y no fue: «Es cierto que estuvimos más o menos cerca. Pero hoy pienso que si hubiéramos llegado a tener ese éxito que sí tuvieron otros grupos, al final nos hubiéramos topado con la realidad musical que se vive en nuestro país. O eres Dios, por ejemplo Amaral, o no eres nadie». Con la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido, su análisis del grupo y el camino desarrollado habla de un intento coherente que se deshizo en el tercer disco: «Los dos primeros elepés, que fueron los de mayor reconocimiento por parte del público, mostraban un grupo de pop con aires rockeros; estábamos más cerca de Tom Petty que de Jimi Hendrix. En el tercer disco, con muchas tensiones dentro del grupo, se intentó hacer algo que no seguía la línea que nos había ayudado a crecer. La prueba de lo que digo es que hoy nadie recuerda aquellas canciones. Yo grabé ese disco y a continuación dejé el grupo».
De Dickie Daniel y Only Cowboys Never Tune Up –Dickie Daniel y solo los vaqueros no se afinan nunca, una frase de Jimi Hendrix-, Richard rememora un trío de versiones de blues y de rock cincuentero, que hizo numerosos bolos y que le procuró la posibilidad de pasarlo muy bien. Lo mismo podríamos contar de Blackbird, su actual formación junto a Tere Maza, Manolo Valle, José Vilaplana y Ruth González. Aquí, Daniel canta sin despegarse de su guitarra que acaricia tanto como estruja. El día grande de Blackbird es el sábado tarde: «Es cuando nos reunimos sin faltar una semana. En el local de ensayo disfrutamos como críos. Hacemos versiones, pero me gusta decir que trabajamos sobre un repertorio muy democrático. Es decir, cada miembro del grupo elige dos temas que vamos tocando hasta incorporarlo a la lista. Si no nos sale, lo dejamos y a por otra cosa. Son versiones de los Rolling Stones, The Doors, Eric Clapton, Pink Floyd…». Verlos en directo es una experiencia que te conecta con los años sesenta, setenta u ochenta y aquellos temas que formaban parte de un tiempo redondo, musicalmente hablando. Además, Blackbird suenan sin reservas; se nota las ganas de directo. Contundentes; la base bajo, batería y la guitarra de Daniel forman un todo sin complejos. Creíbles; el inglés sobresaliente de Richard Daniel –su madre es inglesa y siempre ha convivido con esa lengua de manera natural- hace que las canciones suenen originales: «Soy un verdadero amateur. Autodidacta, cuando los autodidactas no teníamos decenas de tutoriales en Internet. Nunca me he ganado la vida con esto, pero disfruto como nadie con la guitarra a cuestas o en mi cuadro coral. Técnicamente soy muy limitado, pero reconozco que no me falta atrevimiento a la hora de intentar hacer cosas con la guitarra». Breves pero ilustrativos apuntes sobre sí de un hombre que reconoce su vida como un todo avivado por seis cuerdas y un sinfín de emociones.