Germán Saura Fillat ha encontrado el momento en su vida de hacer una de esas aventuras que, según todos los que la han realizado, procura una de las sensaciones personales más elevadas. Hacer el Camino de Santiago, completo, andando, desde la puerta de casa y en solitario no está al alcance de cualquiera. Algunos pocos vecinos de la comarca lo han logrado, y ahora Germán se suma a ellos. La idea navegaba hacia mucho tiempo en la cabeza de Germán, pero el día a día profesional y familiar no le ofrecía el momento adecuado para hacerlo. Tuvo que ser una mala noticia, posteriormente anulada, la que le llevará a decir, ahora sí. “El pasado mes de diciembre me diagnosticaron una lesión en una vértebra. En mayo me operaron, y al final no ha sido nada. Durante el tiempo de recuperación, se me acabó el contrato en la empresa donde estaba, y pensé que era el momento justo de hacer lo que tantas veces había pensado”, reconoce Germán. A sus 39 años, casado y con dos hijos, el peregrino ha contado con el apoyo, ayuda y estímulo inestimable de Laura, su mujer. “Ella es la verdadera protagonista de esta historia. Desde el principio, me apoyó en todo, y encima durante un mes y medio ha tenido que ocuparse de nuestros dos pequeños”.
Semanas antes de iniciar la aventura, Germán se entrenó como no lo había hecho nunca. Sin ser un deportista habitual, durante muchas jornadas previas los kilómetros en sus botas se sumaban sin límite con la Sierra de San Quílez como testigo. Caminatas, bicicleta y piscina completaron la “pretemporada”. Con todo listo, el ánimo elevado a las alturas y sin despejar las lógicas incertidumbres, Germán Saura Fillat partió el 2 de septiembre desde Binéfar. Con la única compañía de su mochila y mil ilusiones por descubrir, el peregrino se fue abriendo paso… Monzón, Berbegal, Pueyo de Fañanás, Huesca, Bolea… “Hasta Santa Cilia de Jaca, fue una semana en solitario con etapas de 30-40 kilómetros y noches en albergues para mí (no había nadie)”. Ya en Santa Cilia, la cosa cambió y el número de peregrinos se fue sumando de manera exponencial, al punto que en Puente la Reina llegó a asustarse. “Era tremenda la cantidad de gente que había haciendo el camino. Nos llegaban noticias de que desde Roncesvalles estaban saliendo 700 personas al día”. El objetivo de la Plaza del Obradoiro estaba cada vez más cerca. El físico respondía. “Solo tuve un problema la primera semana con una pequeña ampolla en un pie. Por lo demás, perfecto. Animicamente, fue todo muy bien, menos el quinto día que me entró un bajón tremendo. Acabé la etapa como pude, llegué al alberge, y sin cenar, me metí en la cama. Me dormí pensando que al día siguiente volvería a casa”. Por fortuna para su aventura, al día siguiente el sol salío mejor que nunca y su ánimo volvió a iluminar el camino.
Finalmente, y después de 39 días caminando, Germán llegó a la plaza deseada. El amanacer del 11 de octubre en Santiago de Compostela fue para nuestro peregrino como un Itaca a la gallega. “Fue brutal. No podía contener las lágrimas. La emoción era desbordante. Al día siguiente, en la misa del peregrino, ya ni te cuento. Único”, mientras Germán rememora la escena, su rostro brilla de manera especial y sus ojos se asoman a la lágrima. Una vez recuperado de las emociones vividas, decidió extender su “paseo” hasta Cabo Finisterre. Fin de trayecto. Agua al frente. Vuelta a casa, eterno retorno. “La experiencia ha sido preciosa. Tantos días, y muchos de ellos en solitario, dan para ir haciendo un examen interior que te reconoce y cambia tu escala de valores”. Germán regresó en compañía de su mujer y hermano. Ya en casa, los amigos le prepararon una fiesta de las gordas, manera ideal entre colegas de reconocer a uno de los nuestros. El peregrino Germán se lo ha ganado. Su voluntad de querer está de enhorabuena. Magnífico ejemplo.
Foto: Germán Saura, en una de las etapas que le llevó a Santiago de Compostela