ISABEL TARRAGÓ NACENTA
Su discreción, prudencia y apego a los más necesitados es directamente proporcional a la tarea activa que regala cada día a Cáritas Binéfar. Su discurso experimentado revela una tesis lúcida sobre los problemas sociales que existen en el pueblo y por extensión en la comarca. ¿Quién diría que esas situaciones se dan entre nosotros? Su lema fija la mirada en el segundo mandamiento de Jesús: «Amaras al prójimo como a ti mismo»(Mat. 22, 35-40). Es Isabel Tarragó, maestra y amiga de causas que precisan amor y obra.
Desde una cultura católica cimentada en el compromiso personal e intencionado de igualar y mejorar el mundo, Isabel Tarragó huye de devociones que turban y entumecen.
Es una máxima que exprime desde un ideal que alimenta a diario y que no tiene otra base que la ayuda a los demás: «Llevo veinte años en Cáritas y creo que hago lo correcto; ayudar a la personas que lo necesitan. Vivimos en una sociedad que espera siempre que todo lo haga el Estado o el vecino, como forma de evadir su compromiso social. Personalmente, mi labor me aporta una tranquilidad de espíritu que me hace ser y estar mejor», comenta Isabel en un lenguaje sin meandros para el despiste. Dos décadas que iniciaba con las «clases de allacá»; una formación para niños inmigrantes que, fuera del horario lectivo, incide en un mejor conocimiento de la lengua –escritura y lectura- y en el aprendizaje de normas básicas de comportamiento. En esa labor inicial, que sigue realizando todavía, pudo extaer su perfil más didáctico como profesora de carrera: «Estudié Magisterio, aunque solo ejercí un año en Baells. Creo que esa formación me ayuda a poder desarrollar mejor las clases con los niños».
La que tuvo, retuvo. Aunque ya han pasado muchos años desde aquella experiencia como maestra, Isabel conserva un carácter didáctico desde el conocimiento y la paciencia.
Eran otros tiempos para ellas, al punto que la profesora comenzó a ir al colegio con once años; ocho años después ya había logrado cursar con éxito la carrera de Magisterio. La profesión de su padre -hijo de Aytona (Lérida)- en el Canal de Aragón y Cataluña llevó a la familia a vivir en la popularmente conocida como «Casa Alta», entre Olvena y el embalse de Barasona, dentro del término municipal de La Puebla de Castro. Allí fue donde nació Isabel Tarragó. Un traslado posterior de su progenitor condujo a los Tarragó Nacenta al Partidor, nombre con el que se conoce la casa que hay en el nacimiento del canal de Zaidín, a seis kilómetros de Monzón, Binéfar y San Esteban de Litera: «Recuerdo que mis padres tenían muy claro que sus hijas debían de estudiar, ir al colegio, formarse para ser algo en la vida. Aquella idea era, en muchos casos, un adelanto a su tiempo. Los niños iban lo justo al colegio y después a trabajar».
Isabel Tarragó es, actualmente, directora parroquial de Cáritas Binéfar, además de representante de las parroquiales del Cinca Medio –donde se incluye la Comarca de La Litera- en el consejo diocesano Barbastro-Monzón.
A sus setenta y tres años, y después de cuatro lustros en la organización, cree sin vacilar que el relevo se hace necesario. Como suele ocurrir cuando se trata de compromisos altruistas, la sucesión no llega. Mientras, la actual directora va prorrogando su labor y paso. «Creo necesario que vengan otras personas que renueven ideas y energías. Pero mientras eso ocurre, me debo a mi compromiso con Cáritas». Isabel nos cuenta que, a diferencia de hace unos años, actualmente su dirección en la parroquial de Binéfar conlleva menos tarea: «Desde que nuestra parroquia forma parte del grueso de la diócesis, todo es más sencillo a nivel administrativo». No en vano, Cáritas Binéfar es una de las parroquiales con mayor actividad a nivel de servicios desde que se inaugurara el nuevo edificio del CEPAS: acogida (transeúntes, demandantes de trabajo, familias, extranjería…), vivienda tutelada, Insertare, Taller de Nazaret, El Telar y Comercio Justo. Todos ellos coordinados por Isabel Tarragó y atendidos por siete profesionales en nómina a los que se suman un cuerpo de cuarenta voluntarios semanales, en su mayoría personas jubiladas. Algunos de esos servicios destapan historias que encogen el ánimo y de las cuales la directora de Cáritas Binéfar sabe y cuenta. «Hay personas en nuestro pueblo que lo están pasando muy mal, con problemas en el día a día para comer. Gente de aquí que callan por miedo al qué dirán. Son personas mayores a las que no podemos fallarles. Con esto me gustaría acabar de una vez por todas con la leyenda que corre por ahí y que habla de unos servicios de ayuda en Cáritas, casi exclusivamente, para inmigrantes. No es cierto y tenemos numerosas pruebas de ello». En este punto, Isabel enoja su discurso ante los bulos que apuntan sin conocimiento y aíslan sin piedad. Para rebajar contrariedades, cabe fijarse en uno de los servicios por los que más ha perseverado la directora y que hoy es un lugar de auxilio para no pocas personas: «Estoy muy satisfecha con el servicio de acogida que tenemos en Binéfar. No debemos permitir que en nuestro pueblo haya gente durmiendo en cajeros o en la calle, o personas transeúntes que no tengan un lugar donde poder comer, ducharse y dormir unas horas».
Lejos de remediar algún esfuerzo, y en vista de que restan voluntades, Isabel Tarragó se declara y ejerce como animadora de la comunidad.
Es decir, como voluntaria itinerante por las iglesias de la diócesis con el objeto de llevar la palabra de Dios allí donde los sacerdotes no llegan: «Cada cuarto domingo del mes, vamos con otras compañeras a pueblos muy pequeños como Navarri o Llés para leer el Evangelio, comentarlo, rezar, pedir perdón y repartir la comunión. Cuando llegamos, lo primero que hacemos es tocar la campana. Es la llamada que da vida a poblaciones que poco a poco se van quedando vacías, van desapareciendo. Solemos contar con un mínimo de tres vecinos y un máximo de diez. Pero solo por ver las caras de alegría al vernos, ya merece la pena», subraya Isabel al tiempo que señala el urgente menester que debe comprometer la entrada de los laicos en la iglesia católica para ayudar a proyectar la palabra de Dios: «No hay curas… O echamos una mano o ya me contarás…».
En todo este seguido de obligaciones aceptadas con generosa asunción, podríamos decir aquello de que «Isabel no está sola»… en su misma casa.
Su marido, Ernesto Romeu, representa también en Binéfar el lado más comprometido y solidario del pueblo, a través de diferentes responsabilidades que ha ido asumiendo a lo largo de los años; la última, como presidente de la asamblea local de Cruz Roja: «No solemos hablar en casa de nuestras ocupaciones. Él siempre ha estado muy vinculado al pueblo. Dicen que todo se pega… pues a lo mejor hay algo de eso». Vidas paralelas en el seno de una familia que tiene a sus principales referencias como ejemplos de una filantropía activa, dinámica y generosa desde la discreción sin foto para la posteridad.