Irene Vila Tort
es lo que vemos y vemos lo que desde su interior crece y manifiesta en todos y cada uno de los aspectos que conforman su vida; personal, familiar, social, profesional… Ser por dentro para hacer y contar por fuera. Nació en Vic, pero desde los diez años vive en Albelda. Ahora, con veintisiete, y después de cursar la carrera de Diseño y especializarse en bioconstrucción «consciente», su objetivo profesional se asienta en persistir en un aprendizaje sin lindes ni prejuicios, mientras atiende los primeros encargos para los que se ha formado: obras de construcción que hacen sostenible el medio y que comprometen a las personas con el mismo. Ella es un ejemplo sin esfuerzo.
Irene nos cuenta cómo decidió el camino que debía acompañarle, académica y profesionalmente, una vez acabado el instituto en Tamarite de Litera.
Eran años de quererlo todo sin conocer casi nada. Por ello, aquella decisión fue auxiliada por algunos de sus profesores evaluando las buenas maneras que mostraba en dibujo técnico y artes en general. Ella se dejó aconsejar y cursó la carrera de Diseño en Barcelona. Mientras andaba entre ideas y libros, clases y campus, Irene era consciente de ir amasando un gusto endógeno por la construcción sostenible o bioconstrucción. Respondía a inquietudes personales que iban más allá del ámbito meramente profesional: «Fueron dos partes de mi vida, la personal y la profesional, que iban caminando juntas bajo el principio de responsabilidad. Responsabilidad conmigo misma y con nuestro entorno y con la herencia que dejaremos a las generaciones que vendrán. Mi trabajo tiene que ir en función de mi crecimiento personal. Para mí no tendría sentido vivir de otra forma». A la formación que fue adquiriendo en bioconstrucción, una vez cursada la carrera de Diseño, Irene siempre le añade la palabra «consciente»; su explicación aclara el significado en la suma de términos: «Cuando emprendo un trabajo me gusta interiorizar lo que estoy haciendo, cómo lo estoy haciendo y por qué lo estoy haciendo, siempre bajo una idea de lógica y coherencia personal. Es encontrar un sentido a lo que hago. Busco un fin, sí; pero debo entender y participar del medio que me lleva a conseguirlo». Indudablemente, y a día de hoy, la posición profesional-intelectual de Irene Vila choca de frente con una mayoría que sigue apostando por una construcción contemporánea basada en el hierro y hormigón. Pero aunque resulte paradójico, la lectura que ella hace, vive e implementa a la hora de sacar adelante sus trabajos marca una tendencia que suma en el tiempo: «Si valoramos la necesaria sostenibilidad de nuestro entorno, el futuro para todos tendrá mejor cara. Pero la bioconstrucción no nos suma solo por el concepto medioambiental, sino que al tratar con materiales nobles nos resulta a todos más agradable de ser y estar en la obra. Además de saber que los materiales nobles están vivos: son transpirables; nos regulan la humedad y los hongos; tienen propiedades térmicas y aislantes; son inocuos; contribuyen al bienestar al no ser tóxicos; nos dan el confort de la naturaleza. Todo es mucho más simple, y para ello no hay por qué renunciar al progreso; ni mucho menos».
Afincada profesionalmente en Albelda, esta joven emprendedora ya está dejando firma de sus trabajos en diferentes lugares de Aragón o Cataluña: la renovación de casas, torres o el desarrollo de estufas de masa térmica son algunas de las tareas que está llevando a cabo. Su propio domicilio también es utilizado, en este caso, como origen experimental para algunas de sus creaciones: «A la gente le sorprende lo que hacemos y cómo lo hacemos. Es el caso de un muro de ciento treinta metros de línea que rodea una torre en Albelda. La técnica empleada es tradicional partiendo del tapial. El encofrado en la zona central del muro está hecho con arcilla de la zona mezclada con áridos y grabas. Para estabilizarlo utilizamos la paja y la cal. La falda del mismo es de graba y cal, y para la coronación hemos empleado tejas recicladas de la misma torre». Además de este muro, Irene ha colaborado en el rediseño del patio y jardín interior de la torre. El resultado deja visible una obra tan resistente y eficaz como, estéticamente, moderna, armónica y diferente.
Otro de los proyectos, en este caso colaborativo y como banco de pruebas para otras obras que vendrán, es el umbráculo a base de cañas realizado hace ahora seis años en su torre: «Fue una idea en la que participó mucha gente –compañeros, vecinos, amigos-. Utilizamos cuatro mil cañas recogidas en la zona. Una vez clasificadas por tamaños, comenzamos el trabajo de fusión y montaje en base a la maqueta que tenía preparada. Seis años después, el umbráculo no pasa por su mejor estado. Pero se trataba de ver el comportamiento en el tiempo de la estructura, junto con otros materiales. Todo requiere un mantenimiento, un amor y un tiempo. Ahora, todavía sigue en pie y seguro que va a mejorar».
Lo último en lo que está ocupando parte de su tiempo e interés son las estufas de masa térmica; medios de calor que logran su eficiencia –hasta 5 veces más que las estufas convencionales- en base a una combustión que quema todos los gases de la madera y luego acumulan el calor en una masa térmica que guarda el mismo desde 12 hasta 24 horas dependiendo de la masa de la estufa. De hecho, Irene ha conseguido una beca de la Unión Europea, como joven emprendedora, para poder desplazarse a Alemania y, en su caso, seguir formándose en este tipo de estufas dentro de una empresa cercana a Frankfurt y dedicada por entero a este producto. De nuevo, una estufa de masa térmica instalada en su domicilio de Albelda le aporta a Irene la experiencia doméstica necesaria para conocer, minuto a minuto, virtudes y defectos a mejorar de la instalación: «Además de la que tenemos en mi casa, ya estoy instalando alguna en la comarca. A nivel de rendimiento es muy interesante. No es una estufa de fin de semana o inmediata; su mejor versión reside en el tiempo continuado de uso. El consumo es mínimo». Este proyecto también le permite a Irene mostrar su lado más creativo: «Para mí la satisfacción en mi trabajo se basa en no quedarme en una autoconstrucción primitiva; es quizá la imagen que la mayoría de la sociedad puede tener de este tipo de obras. En absoluto, personalmente quiero que mis proyectos tengan un punto de elegancia y de modernidad. Y es donde estoy ahora».
La joven albeldense sostiene una teoría sobre el hecho real de que las soluciones en bioconstrucción no estén más extendidas en nuestra sociedad: «Creo que es el desconocimiento el que nos lleva a optar, casi siempre, por una construcción «típica» que es la más extendida en los últimos sesenta años. En mi caso, y poco a poco, me ha llenado ir descubriendo el mundo que rodea a la construcción sostenible y consciente. Debo reconocer que ha habido momentos duros en los que dudaba de mi camino. Pero he persistido para comprobar que no estaba equivocada. Esto me llena, me hace sentir una vida más plena».
Irene Vila y el tono de sus palabras crean una armonía con el mismo mensaje y su concepto general. Es la «biofilosofía» o conjunto de ideas que nacen de un empirismo acunado en la lógica del corazón. Su fuerza, la de Irene, levanta umbráculos y calores en beneficio del planeta y sus inquilinos.