Jornada para el recuerdo en Binéfar tras el espectacular paso de la septuagésima tercera edición de la Vuelta Ciclista a España. Partía a primera hora de la mañana de Ejea de los Caballeros y tenía prevista su llegada a Lérida sobre las cinco y media de la tarde. Entre medias, paso esperado por Binéfar entorno a las cuatro y algunos minutos.
El sol de septiembre miraba a agosto, las sombras entre la calles Zaragoza y Almacellas cotizaban al alza, los aficionados, vecinos y público en general hacían de la espera una ilusión aparcada en las aceras de la vía. “¿Por dónde van?” Era la pregunta más utilizada entre los centenares de seguidores mientras aguardaban el paso de los ciclistas desde una hora, incluso más, antes del gran espectáculo. Los minutos pacientes a la llegada del momento deseado se apaciguaban con el paso de la caravana publicitaria de la carrera. Las noticias arribaban desde los móviles de los aficionados en conexión con Teledeporte o las cadenas nacionales de radio. “¡Han pasado Berbegal!… ¡Van tres escapados!… ¡Ya han salido de Monzón”! Mientras la información iba y venía, el número de público seguía aumentando en los márgenes de las dos calles –dos kilómetros- por las que debía pasar la prueba. El ambiente era de fiesta; público de todas las edades, banderas de España, Colombia, Alemania o Francia y cámaras de móviles que echaban humo.
Y llegó el minuto más esperado. La curva del puente del ferrocarril en la calle Zaragoza abrió la imagen de los tres ciclistas escapados del gran pelotón. Por delante de ellos, las motos de la Guardia Civil y los coches de asistencia pisaban el acelerador para no ser prendidos por los tres osados de la jornada. Las banderas, los “¡venga, venga!” o “¡hala, hala!”, los aplausos, las caras de ilusión tomaban la calle en cada uno de los aficionados participantes…pero había segunda parte… La escapada invitaba a vivir lo mismo, ahora con el pelotón de ciento cincuenta y siete corredores. La metáfora clásica de “serpiente multicolor” para referirse al compacto grueso de corredores no puede ser más gráfica y real a la vez que poética. Ordenados, apretados, veloces y ya sí dispuestos a alcanzar a los fugados; el paso de esa imagen plástica y espectacular resultó tan ligero como hermoso. El público, casi sin excepción, apretaba la calzada con un movimiento inconsciente por querer estar muy cerca de los ciclistas. Más banderas, pancartas caseras e irisdiscencia en las miradas; emoción y recuerdos para muchos de otros tiempos de Vuelta en Binéfar. ¡Gran mediodía!