Don Ángel Pérez Pueyo, obispo de la diócesis Barbastro-Monzón
El próximo 22 de febrero cumplirá sus primeros tres años como obispo de la diócesis Barbastro-Monzón. Algo más de mil días al servicio de una idea que le sigue acompañando en su quehacer cotidiano: ser el obispo de las personas, tal y como titulábamos en el número 78 de nuestra revista (abril 2015). Trasladar una parte importante de su responsabilidad pastoral a la calle, a los pueblos, a los vecinos. Conocer, reconocer, sentir, querer, sufrir… al lado de las gentes de su diócesis. La voluntad original de Don Ángel progresa adecuadamente por las carreteras del Cinca Medio, Somontano de Barbastro, Sobrarbe, Bajo Cinca, Ribagorza y Litera. Siempre atento y dispuesto a todas las llamadas que demanden su presencia, si antes él no se ha adelantado, motu proprio, al deseo de los vecinos en cuestión. De puertas adentro, su misión requiere gestión, carácter, decisión y sensibilidad para acometer necesarios cambios estructurales que actualicen de manera eficaz el cometido de la diócesis con la vista puesta en todo lo que vendrá. El futuro es el presente de los elegidos a la hora de mejorar lo mejorado.
Usted nos hablaba hace tres años de una sociedad miope y necesitada de devolver la dignidad al ser humano. ¿Esta de más preguntarle si en treinta y seis meses ha variado algo su posición?
Sigo diciendo que la gran enfermedad de la sociedad del siglo XXI es la miopía que padece al no ver los valores que adornan a la propia persona. Solo miramos lo inmediato y lo nuestro. Y esto ocurre a nivel político, social, económico y geográfico. Vivimos un empobrecimiento real, por ejemplo, a través del déficit de natalidad que padecemos. La riqueza te la dan las personas. Una familia puede ser más rica con cuatro hijos y menos enseres que otra en caso inverso. Nos estamos equivocando. Pensamos que para nosotros nos puede llegar, pero no nos importan los que vienen por detrás.
Al llegar al obispado su plan de trabajo era conocer, escuchar, aceptar y querer a sus parroquianos y por extensión a toda la sociedad de su obispado. ¿Lo está consiguiendo?
Me faltan por visitar 37 de los 254 pueblos de la diócesis, a los cuales todavía no he ido a celebrar, compartir… Los tengo localizados y pronto los visitaré. Soy el obispo de todos los ciudadanos de la comunidad que acoge el obispado, entendiendo que hay personas para las que no soy una autoridad moral. Pero yo me siento pastor de todos, principalmente de aquellos que están más lejos y en pueblos muy pequeños; a nadie le va a faltar la caricia de Dios. ¿Lo estoy consiguiendo? Eso lo tiene que decir la gente, pero yo me siento muy satisfecho. He aprendido muchísimo, he sentido el cariño de la gente y creo que poco más se puede pedir. Yo creo que estoy conociendo el corazón de las personas de esta diócesis, y cada día que pasa las quiero más.
Usted se autodeclara como una persona con una fina sensibilidad, otorgada por Dios, para empatizar y concectar con las personas. ¿Qué grado de dificultad está teniendo esa virtud en sus primeros tres años en el obispado?
La dificultades propias que todas las transformaciones conllevan. En los cambios, una cosa es lo que instituyes que pueden ser, otra lo que puedes hacer para implementarlos y una tercera es lo que te dejan hacer. Debo reconocer que hay personas que solo miran por su sombrajo, antes que ceder y abrir la puerta a aquel que lo necesita (mi parroquia, mi cofradía, mi grupo, mi movimiento, mi…). Dificultades de estas existen. Son comportamientos humanos, pero que echan pulsos y dificultan el bien global de la diócesis. Todos debemos ser capaces de sumar. A aquellos que solo piensan en si mismos, tenemos que ayudarles a ver que ese no es el camino.
¿Qué es lo mejor que ha descubierto en estos tres años de las personas que pueblan la diócesis y que no suponía, que no imaginaba?
La implicación. Yo no hubiera podido imaginar que en tan poco tiempo fuéramos capaces de hacer converger a tantas personas dispuestas a dar un paso adelante para ayudar a que en ningún pueblo falte la caricia de Dios.
Los jóvenes son una de sus grandes asignaturas. ¿Progresa adecuadamente la voluntad del obispo de acercarse a ellos y reunir cada día a más?
Siempre me daría un suspenso, desde el momento que pueda haber un joven que no es feliz. Creo que no llegamos al número de chicos y chicas que desearía; ahora estamos en un número de 300, aproximadamente. La oferta que ofrecemos a los jóvenes es clara: todos tenemos una belleza interior de la que quizá nadie nos ha hablado. Pienso que a los jóvenes se les ha negado esa dimensión personal de trascendencia, de eternidad, de autenticidad, de fecundidad… La vida no se lo pone fácil a nadie, y menos a los jóvenes. Sin esa trascendencia, el anhelo de felicidad que todos llevamos dentro no se desarrolla como debería
¿No siente que su trabajo de apertura y cercanía con los jóvenes es enmendado por sus mandos a través de un mensaje trasnochado y poco empático con la realidad social?
A veces me dicen que no parezco un obispo. La realidad de la calle es la que vivo y eso me acerca conscientemente a las personas. Yo hago lo que siento.
Están obligados a hacer de la necesidad, virtud. ¿Por qué siguen siendo deficitarias las iglesias y sus celebraciones de jóvenes y no tan jóvenes?
Yo creo que no es tanta la necesidad de llenar las iglesias de jóvenes, y sí colmar sus corazones con el mensaje de Dios. A veces una enfermedad, un accidente… destapa ese Dios en el corazón de personas que no lo habían descubierto. Estoy convencido que estos jóvenes en algún momento se darán cuenta que no es la Play o el coche lo que nos hace felices, sino el ser útil en el servicio a los demás desde el amor a Dios. Uno es más sirviendo que consumiendo; no estoy diciendo con ello que uno no deba tener casa, coche o Play.
El 14 de febrero es el día de los enamorados. En esa jornada, ¿el obispo felicita por igual a una pareja heterosexual, gay o lesbiana?
Suelo saludar efusivamente a todos y desearles siempre lo mejor. Cuando alguien llama a la puerta de mi corazón, ni suelo interesarme por su cuenta bancaria, ni por su afiliación política, ni por su identidad sexual, ni por sus creencias religiosas… Para mí todos son personas que merecen mi respeto y delicadeza. Basta con que me necesiten para que intente tenderles la mano hasta donde sepa, donde pueda o donde me dejen. La dignidad de cada persona, por otra parte, es Dios quien la regala. El cardenal Gianfranco Ravasi lo expresó de forma sublime: «vivir sin amar, es una desgracia. Vivir sin ser amado, una verdadera tragedia». Cuando te toca bucear por el corazón de tantos hombres y mujeres te das cuenta de que sin sexo se puede vivir pero sin amar, no. ¡Nos han «vendido tantas motos»! La ley natural, en mi caso, mientras no haya otras voces más autorizadas en el ámbito científico, sigue siendo la que sostiene mi modo de entender y vivir mi condición sexuada como persona. La iglesia empieza a entender una realidad que necesita ser naturalizada en nuestro día a día, teniendo en cuenta que por encima de las filias y fobias están las personas. La iglesia empieza a entender una realidad que necesita ser naturalizada en nuestro día a día, teniendo en cuenta que por encima de las filias y fobias están las personas…
¿Qué sensación tiene después de la devolución de las obras de Sigena?
La verdad es que tengo un sentimiento encontrado. Por una parte, de gran satisfacción porque después de muchos años se ha hecho justicia con el pueblo de Aragón. Pero, por otra parte, de no menor responsabilidad por seguir tendiendo puentes entre dos comunidades hermanas que, salvo por este incidente absurdo, siempre se han llevado muy bien. Por eso, desde que llegué a la diócesis, mi propuesta en la resolución del litigio siempre fue hacer del conflicto una oportunidad de comunión: compartir un proyecto de futuro que nos enriqueciera cultural, artística, económica, social y religiosamente a todos. Impulsar entre ambas comunidades autónomas, aprovechando el Camino de Santiago Francés, la «Ruta del Románico».
¿Y ahora qué pasará con el resto de obras pendientes?
Nosotros vamos a seguir con nuestra hoja de ruta trazada. Calculo que para principios del mes de febrero ya tengamos toda la documentación lista para presentar la demanda reivindicatoria contra el Consorcio y el Obispado de Lérida en el juzgado de Barbastro.
¿Qué autocrítica hace a su labor como obispo de la diócesis Barbastro-Monzón a lo largo de estos primeros tres años?
Agradezco sinceramente tu pregunta. A veces no avanzamos ni crecemos porque nos negamos a la autocrítica que es tan necesaria. En primer lugar quisiera expresar mi gratitud sincera a cada uno de los hijos del Alto Aragón por el cariño, la paciencia y la comprensión que han tenido con este «aprendiz de pastor» a lo largo y ancho de estos tres años como obispo. También por el apoyo e inestimable colaboración que unos y otros me han brindado para hacer realidad el milagro de poner en «clave de sol-misión» la diócesis de Barbastro-Monzón. Pero, al mismo tiempo, quiero pedir perdón a quien no se haya podido sentir escuchado, acogido, acompañado, valorado, reconocido… como se merecía. También por no haber sabido respetar los ritmos y procesos de cada persona o de cada grupo apostólico. Quizá mi cercanía y familiaridad les haya podido confundir creyendo que asentía a todo lo que me proponían y en algunos momentos haya tenido que disentir, reorientar y/o corregir prácticas pastorales ancestrales. Gracias por hacérmelo saber en cada caso. Mi única motivación ha sido y será siempre serviros como os merecéis y amaros «hasta que duela».