Si fueran escoceses, suecos o portugueses su ascendencia musical en nuestro país estaría a la altura que aconsejan sus virtudes artísticas. Pero son de Tamarite, comarca de La Litera, tierra entretierras, ni de aquí ni de allí. Lucía Samitier y Arturo Palomares, con el magistral complemento de Ana Cerezo, forman un grupo de música fusión que planea por la vertiente más cosmopolita del pentagrama. Su cuna literana les abre las puertas de la inclusión por similiar o diferente. La música como la vida es suma infinita, evolución sin soslayo, encanto abierto a la propia vida evanescente… L’Incantari.
ELLA Y ÉL se conocieron siendo unos niños con la música como testigo de una relación que hoy se sigue afianzando en las notas de una guitarra a las que se han sumado la sonrisa de dos niñas. “No resulta sencilla la convivencia de esas dos pasiones. A veces, no sabes por donde empezar la conversación, si por el tema musical o familiar”. Arturo Palomares y Lucía Samitier nacieron en Tamarite de Litera. Cuentan los que les vieron crecer que sus perfiles no eran demasiado coincidentes. Mientras Arturo se mostraba como un chico muy implicado en la vida social y cultural de Tamarite, Lucía aparecía como una niña más dispersa y particular. En su ir y venir adolescente, Arturo ya mostraba un interés singular por la música. “Tenía unas cualidades naturales por encima del resto. Llamaba mucho la atención. Cantaba muy bien y además se veía que le gustaba hacerlo”, reconoce Lucía. Aquellas cualidades tuvieron una parada y fonda en Alma Literana. Arturo cantaba, bailaba, y tocaba la guitarra; un hombre orquesta en el cuerpo de un joven de quince años que también pasó por Binéfar para recalar en la Escuela Municipal de Música y en la Coral. Sus gustos musicales (Labordeta, Milladoiro ó Steeleye Span) ya indicaban cierta querencia a sus creaciones posteriores.
Lucía siempre se decantó por el canto. Le gustaba jugar con su voz, pero lo hacía para ella y poco más. La música le gustaba, pero sus referencias y gustos (Burning o Ramoncín) no señalaban el camino que iniciaría más tarde. “Fue Arturo el que me convenció, con quince años, para poner en marcha un grupillo e ir dando rienda suelta a nuestras inquietudes”, confiesa Lucía. A este primer paso musical de la pareja se unió Ana Cerezo, llegada a Tamarite con diez años y con una guitarra como compañera. “Ana tocaba muy bien la guitarra. Nos conocimos en la escuela y se incorporó al grupo”, nos cuenta Arturo. Desde el principio, los tres se inclinaron por la música antigua, cuestión sorprendente en chicos de esa edad y en plena década de los ochenta con todo lo que estaba sonando en España y con el alud de directos que veíamos en La Litera, prácticamente cada fin de semana.
Al igual que a otros muchos chicos de aquella época, el servicio militar vino a entrometerse en la vida particular de Arturo. Barbastro fue su destino, aunque él aprovechó el conservatorio de Monzón para no perder demasiado el tiempo. Un año pasa rápido, y mucho más en la constante actividad de nuestro músico. Acción y reflexión que le llevó a plantearse su futuro profesional ligado a la música. Planteamiento que concluyó en Barcelona y en plenas olimpiadas. “Tomé la decisión de irme para seguir aprendiendo. Me matriculé en la Escuela Luthier de Artes Musicales, haciendo guitarra y canto. Después me fuí al Conservatorio de Barcelona para continuar ampliando conocimientos”, señala Arturo. En aquellos primeros años en la capital catalana, Arturo compartió piso con dos vecinos literanos muy queridos; Ricardo Vicente (Aularium, Binéfar) y el siempre recordado José Javier Arias.
Clases particulares de guitarra y canto fueron las andanzas de Lucía en aquellos años, todavía en Tamarite. “También pasé por el conservatorio de Monzón. La guitarra fue una excusa que pronto abandoné para hacer lo que realmente quería que era cantar. Ahora toco también el arpa como acompañamiento propio y motivo para trabajar arreglos”. El contacto entre Lucía y Arturo, con el acompañamiento de Ana, permaneció en la distancia con un primer proyecto musical llamado Neuma (aire en griego y anotaciones antiguas del gregoriano). “Hacíamos música medieval con repertorio historicista y arreglos propios. Era como un trabajo arqueológico con una documentación que pasaba por las bibliotecas, cursos de musicología, cursos de gregoriano y versiones de otros grupos, siempre con mucho cuidado de no repetir lo mismo que ya hacían esas formaciones”, recalca Arturo. Los múltiples conciertos de Neuma se concentraron, sobre todo, en Aragón y Cataluña. La formación la lideraban Arturo y Lucía, con Ana Cerezo y otros músicos que entraban y salían del proyecto.
En los diez años de Neuma, la vida de sus integrantes fue acercando posiciones. Lucía se trasladó a Barcelona en 1996, se diplomó en magisterio musical e inició su relación de pareja con Arturo. Mientras, y haciendo honor a sus gustos musicales, Arturo se licenció en Historia del Arte, además de seguir elevando su nivel musical con clases particulares, dirección de corales o relación con otros músicos. Con todo, y reunidos ya en Barcelona, el proyecto musical de Neuma fue evolucionando hasta despertar unas inquietudes aperturistas y de cambio en sus protagonistas. “Neuma tuvo su recorrido hasta desembocar en un planteamiento, creo que lógico, para nosotros. Queríamos algo más nuestro, más creativo y más popular. Partiendo de ese legado que nos dejaba Neuma, era cuestión de abrirse a otros campos musicales en un nuevo proyecto de Arturo y mío”, indica Lucía.
L’Incantari es presente y sobre todo futuro. El camino abierto bajo un nombre con raíz latina y que hace referencia al encantamiento de artista y público, viene a desplegar por entero una trayectoria musical sin descanso desde los quince años. Las mentes, merced a la vida y sus muchos varios, se ha abierto de par en par sin rendijas ni similares. “L’Incantari comenzó, formalmente, en 2008, aunque yo creo que el embrión nace mucho antes. Con Neuma nos llegaba una respuesta magnífica del público cuando introducíamos otros temas más globales y actualizados, fuera del repertorio habitual de música medieval. Nos salía de manera natural y esa respuesta fue la gran motivación para pensar y crear L’Incantari”. El ‘encantador proyecto musical’ ya tiene sus primeras diez canciones grabadas para lo que será este invierno su primer disco; “Échate a la mar”. A falta de los arreglos finales y que redondearán ese primer trabajo, ya podemos disfrutar de algunos temas en directo. No se pierdan el que da título a la colección de canciones y que pueden encontrar en youtube. Un tema bello de tan sencillo, sencillo de tan bello, con una voz celestial de Lucía Samitier sobre una base musical repleta de atmósferas sinigual. Una joya que enamora. “Desde la música safardí, queremos abrirnos a todos los ritmos y melodías mediterráneas, complementadas con otras músicas del mundo”. ‘World Music’ con un vasto conocimiento y experiencia musical. Diez canciones, diez; safardí, fusión mediterránea y piezas catalanas, aragonesas y castellanas. En definitiva, una rica proyección, a través de la música, de principios muy necesarios en nuestra sociedad actual, como son la interculturalidad, la convivencia, el respeto a los ancestros o el reconociemiento de los rasgos identitarios propios, lo cual nos lleva a un mestizaje cultural que se refleja en su música.
Desde su actual residencia en Manresa, Arturo y Lucía reconocen la inmensa gratitud que les aporta este nuevo camino musical emprendido. Por ahora, no vivirán de ello y ellos lo saben. La inversión de confianza en aquello que les alimenta como pocas cosas en la vida puede seguir adelante merced a sus desempeños profesionales de cada día. Lucía es profesora de música en un colegio en la capital del Bages, mientras que Arturo es el responsable del Auditorio Municipal de Terrasa, encargado de la programación de música clásica en la ciudad egarense, además de programador de diferentes ciclos musicales. Estas responsabilidades son la base de un sueño que altera sus madrugadas entre melodías imposibles con destino a L’Incantari. Sus hasta ahora viajes por Chile, Francia o Lituania esperan con emoción y medida otras salidas al mundo. “Por su contenido musical, L’Incantari es un proyecto muy interesante para instituciones (embajadas). Ahora con el primer disco es el momento de poder mover nuestro trabajo con profesionales que conozcan los circuitos habituales para nuestra música. Vamos a poner todo y más para llegar al máximo de público posible. Creemos mucho en lo que estamos haciendo”. La determinación que muestran es proporcional a la calidad que ofrecen en los diferentes festivales que visitan habitualmente. “Sería ideal poder vivir de la música, pero no es nada fácil. Cada día tengo más claro que, aparte de tus virtudes musicales, cuenta y mucho como te ofreces al público, como conectas. Hay que tener feeling con el proyecto y con el público. Esto es tan importante como la música que haces”, reflexiona Lucía.
Y uno se pregunta donde vive la razón final del éxito musical en un mundo de vértigos continuados sobre pistas de gel. Todo es demasiado embarazoso como para creer en el más allá de una lista de éxitos precocinada. Sobre un escenario aparecen tres músicos de Tamarite de Litera y uno, cámara al hombro, querría dejarlo todo, cámara incluida, para introducirse sin límite conocido a esas brumas de ánimo que fabrican entre voces celestiales y melodías superlativas. No, no hay motivos conocidos ni programadores interesados que describan lo que la música de L’Incantari sacude en nuestro interior. Además, son de Tamarite de Litera. Por suerte para nosotros, no vienen de Escocia, Suecia o Portugal. “La cultura es una herramienta muy poderosa que a medio plazo beneficia la cohesión social del territorio y en este sentido, la música, como manifestación cultural, es clave para generar este desarrollo social. Debemos valorar esas manifestaciones culturales que llegan a nuestros pueblos de la mano, en la mayoría de ocasiones, de personas muy cercanas a nosotros”, concluye Arturo. Nos echaremos a la mar.