El pasado 27 de septiembre nos dejaba Miguel María Olarte Latorre, vecino de Alcampell, ciudadano de La Litera y niño de cuna navarra asentada en el pueblo de Liédena. Su respeto, amistad y aprecio para con el que firma estaba abonado a un recuerdo eterno desde estas páginas. Valga la transcripción de la entrevista que tuve ocasión de hacerle en la radio que fue; Canal Litera Radio. En la misma se puede constatar el inmeso corazón de un hombre bueno. Mi agradecimiento para alguien que fue cuando pocos estaban… mi cariño eterno para Mari. Descanse en paz.
Bienvenidos a La habitación de Candy, bienvenidos a la radio en directo. Hoy es 28 de noviembre e iniciamos en este momento nuestro segundo programa de esta particular habitación de Candy…
Aquí, las palabras que nunca serán seguirán dibujándose en unos labios mudos, mientras las canciones sonarán sin descanso. Esas melodías sordas van a estallar de alegría por los acantilados de tus pliegues rebosantes de esperanza. Aquí, en esta habitación, la niña que es se acercará a ti con el alborozo de agosto disfrazado de noviembre. Su intención descansa en la inconsciencia de mil luces en sus ojos; luciérnagas imposibles de descifrar. Esta noche vamos a dar vida a la vida que llevamos dentro, porque la radio es pálpito en la noche y sueño de día. Desde este invento en el aire, te invito a dar una vuelta y media por los caminos de la palabra y a lomos de compañías indispensables como la que ahora me mira. Aquí no sobra nadie, mientras la sonrisa de un niño habite en sus ojos.
Nuestro invitado de hoy responde a una vida de pan y película o a las circunstancias de un sabio trabajador alumbrado por la generosidad natural de aquel que siempre da sin esperar nada a cambio. Nació en Navarra, pero dice sentirse muy de aquí. Reconoce poseer una habilidad especial para meterse en todo, sin miedo a casi nada. Su vida es la de un panadero, la de un empresario, la de un presidente de club de fútbol, la de un concejal y, sobre todo, la de un padre de familia y marido que siempre será. La primera vez que lo vi, estaba sentado en una silla a medias que le espera cada día en su Forn Casa Roseta. Allí es feliz entre panes, cigarrillos y emociones. Él es Miguel María Olarte Latorre, pero todos lo conocen por el sobrenombre de Mari.
Buenas noches, Miguel.
Buenas noches…
Te voy a tutear, aunque bien que me costó al principio…
¡Pues que no lo sabes! Si tenemos que ser amigos, debemos serlo como Dios manda.
Estamos ahí…
Para mí, somos amigos.
Antes de empezar el programa, Miguel me ha comentado que le dejará unos pocos segundos al inicio y después que siguiera como tuviese a bien. Por tanto, adelante…
En primer lugar, quiero reconocer el trabajo de Paricio y su equipo por poner voz a la comarca. Por ser legionarios y valientes para luchar contra la competencia que hay por todas partes. Lo único que le deseo es suerte y prosperidad y que La Litera, en pleno, lo apoyemos. Y nada más…
¿Ya nos podemos ir?
No, no, hay más… Yo me pensaba que me convidabas a tomarme dos cervezas, y lo que has hecho es ponerme dos micrófonos delante… Y después de traer a un genio de la comarca como José Antonio Adell, me traes a mí; no lo entiendo. A un panadero que ya no hace pan, y que ahora me toca aprender a cocinar.
Tú te lo guisas y tú te lo comes…
Y lo friego, que también me toca fregar.
Miguel, ¿cómo es la vida de un panadero que ya no hace pan?
Bueno… ¡escucha! Yo digo que de la puerta de la tienda para adentro no quiero saber nada, pero miento. Porque me gusta saberlo todo. Y les pregunto a mis dos hijos que se han quedado al mando de la panadería y que son esclavos trabajando todas las horas del día. Pero el negocio va para adelante y cada día tenemos más faena. Eso es formalidad, servicio y estar por la faena.
No haces pan, pero sí das entrevistas en la radio. ¿Qué van a decir tus amigos cuando te oigan?
Es la primera vez que hago una entrevista. ¿Qué dirán? Pues que éste, igual que el Avecrem, se pone en todas las salsas.
De Liédena a Alcampell. ¿Has vuelto a tu pueblo de nacimiento en los últimos tiempos?
Vuelvo, pero por desgracia para entierros y alguna boda.
¿Qué recuerdos guardas de aquellos años en el pueblo que te vio nacer?
Me acuerdo que en cada casa había cinco o seis cabras, y un pastor que las sacaba. Yo, con cinco o seis años, cogía las cabras de la calle donde vivía y las subía a la casa del pastor. Otro hombre llevaba las mulas, pero yo con las mulas no me atrevía. También recuerdo la fonda que tenía mi abuela… pero lo que más me pasa es que cuando veo una matrícula de Navarra me cogen escalofríos. Ahora bien, me siento literano, cien por cien; de Albelda, de Alcampell, de Binéfar… de todos los pueblos porque con todos hemos trabajado y seguimos haciéndolo.
Llegaste aquí con trece años, es decir, toda una vida entre nosotros cuando estás a punto de cumplir setenta y…
No, no. ¡Estás exagerando!. Tengo veintidós y si llego a junio, ochenta.
Tu padre era maestro y fue ese motivo el que os trajo aquí, previo paso por el País Vasco…
Mi padre era maestro y sargento de complemento. Al acabar la Guerra Civil lo destinaron a Vitoria, y toda la familia nos fuimos con él –mi madre y tres hijos-. Después lo destinaron a Ceuta y a Bilbao. Nosotros seguimos en Vitoria. En el año cuarenta y cinco estaba cansado de tanto destino, y decidió retirarse de militar y quedarse como maestro. La plaza que le tocó fue Zarauz, pero como los telegramas iban mal, el aviso le llegó tarde y cuando dijo que sí ya le habían dado la plaza a otro. Entonces le dijeron que le quedaba la opción de ir de maestro a un pueblo de Huesca, a Albelda.
Entiendo que si el servicio de correo hubiese ido bien, es posible que hoy no estuvieras aquí…
Eso te toca y vale.
¿Te suena de algo la fecha del 28 de enero de 1948?
Sí, claro. El día que llegamos aquí. Era por la tarde y nos quedamos en La Paz de Binéfar a dormir, porque no había coche para subir al pueblo. Al día siguiente llegamos a Albelda.
¿De dónde te viene ese carácter participativo, cuando no organizativo?
De mi padre. Él era así también. Nada más llegar a Albelda ya organizó un equipo de fútbol…
(las palabras de Miguel se unen a los primeros acordes de Mis manos en tu cintura, de Adamo)
Miguel, ¿bailabas esta canción?
Hombre, ya lo creo.
¿Y os dejaban acercar mucho?
Que va. Te ponían el brazo por delante, y salías con un dolor de pecho de miedo. Nada…
¿Cómo conociste a Pilarín (esposa y madre de sus tres hijos)?
Yo trabajaba de panadero con su hermana y entonces bajaba a Alcampell algún domingo y para la fiesta. Nos conocimos y fuimos haciendo amistad. El roce hace el cariño y mucho que lo hizo. Nos casamos en Alcampell y allí nos pusimos a vivir.
¿Y ahí comenzó Casa Roseta?
Al venir de viaje de novios, el suegro ya me dejó la panadería a mi cargo. Había cinco hornos en Alcampell, pero caí bien y…
¿Por qué caes bien?
¡Que me sé yo! La verdad es que fui haciendo parroquia y las cosas funcionaron. Ahora de mayor, la gente es un poco… si te ven prosperar te ponen el dedo en el ojo… alguno.
¿Y el cine de Alcampell?
En la casa donde hoy tenemos la panadería, monté un cine que le llamaban «el pequeño Perpignan». Venía gente de Tamarite, de Binéfar… Eran películas de estreno que me subía de Lérida. Llenábamos muchos días –cuatrocientas butacas- y en la última fila tenía que poner el asiento de la Sava (furgoneta) para contar con cuatro plazas más. Era la época del cine de destape… años setenta y principios de los ochenta. Pero también hacía baile y fiestas…
Hoy aquel espacio es una panadería, es el Forn Casa Roseta de nuestro apreciado Miguel Olarte.
Muchas de las anécdotas que cuentas están relacionadas con el fútbol de aquel tiempo en la comarca, con la organización de equipos, de partidos… ¿qué es para ti el fútbol?
Todo. Me gusta mucho. De crío en Vitoria ya iba a ver al Alavés. Las tapias del campo eran de madera; entonces poníamos un bloque y nos subíamos para ver el partido por un «agujeret».
Tengo entendido que uno de los días últimos más grandes que has vivido fue el viaje a Valencia para ver la final de la Copa del Rey entre tu equipo, el Athletic de Bilbao, y el Barça…
¡Ahhh! Aquello fue un día grande… Perdimos, pero es igual.
Vas por toda la comarca viendo fútbol. Te he visto, por supuesto, en Alcampell, Albelda, Altorricón, Tamarite, Binéfar… ¿Qué no te gusta del fútbol?
Lo que más me fastidia es que el fútbol no sea para hacer amigos. Yo los tengo por todas partes que he ido. Lo que no puedo soportar es que la culpa de todo la tenga el árbitro; siempre insultar e insultar. ¡No se puede ir al campo a insultar, hay que ir a hacer amigos! No hay otra.
¿Te ha aburrido esta entrevista?
No, no. Se me hace corta.
Puedes decir lo que desees para acabar…
Que tenga éxito José Luis y su equipo y que Paco Aznar siga con su revista, que cuando la trae a Alcampell dura menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Y no quiero nada más… Bueno sí, me lo he pasado bien aquí.
Gracias, Miguel, por acudir a nuestra llamada. Buen viaje de vuelta a Alcampell.
¡Gracias ninguna! Buenas noches a toda la comarca.
Las resoluciones del ánimo cuentan con grietas encantadas de recibir a personas como Miguel María Olarte Latorre; responden a debilidades del alma. Un día de hace ya unos cuantos años, me conquistó su generosa puesta de largo en un mundo de tahúres asilvestrados; su ilimitada lealtad en una tierra de oportunistas. Él es así y así se muestra. Sin ambages ni dobleces; sin una cara ni otra para la ocasión; sin obras inversas ni hechos por resolver. Miguel es una persona que merece la pena desde el capítulo inicial o desde esos créditos que nadie lee. Hoy, aquí, hemos podido escuchar su natural lección de vida a los veintidós que son como ochenta.
Desde la radio, gracias por seguir la palabra abonada al pálpito desordenado de la presente Habitación de Candy. Les espero dentro de siete días. Buenas noches.
Binéfar, 28 de noviembre de 2013