El modelo de sociedad en nuestro país ha cambiado en los últimos 40 años. La estructura familiar ofrece una fotografía evolucionada, y en ese nuevo escenario social la mujer se presenta como protagonista principal en busca de una igualdad necesaria. El cuidado de nuestros mayores, tradicionalmente ejercido por la mujer, debe ser una asunción natural y humana de todos. Esas atenciones, en no pocos casos, ya no pueden realizarse con las máximas garantías en el seno familiar. Bruno Villas es el director de la Residencia La Sabina, en Albelda, y con él repasamos esos cambios y esas necesidades desde su experiencia profesional.
La Residencia para la Tercera Edad La Sabina nació en el año 1999. La ubicación elegida por los tres socios fundadores, procedentes de la vecina provincia de Lérida, fue la Comarca de La Litera y el municipio de Albelda. Buscaban una localidad cercana a la capital del Segriá: «Ya tenían otra residencia en la provincia de Lérida y Albelda se presentó como una excelente oportunidad por su ubicación y por la magnífica disposición que mostró el Ayuntamiento. Hoy, esa voluntad municipal sigue igual de colaboradora», nos cuenta Bruno Villas, hijo de uno de los tres iniciadores del proyecto; Benito Villas. El actual director de La Sabina ha pasado, en sus veinte años de profesión, por todos los ámbitos profesionales de la residencia: cuidador, supervisor, director. En 2006, la familia Villas se quedó como única responsable del centro: «Tengo la suerte de poder decir que he trabajado durante veinte años con mi padre, y eso para mí ha sido muy gratificante por todo lo que he aprendido. Desde hace tres años está jubilado, y ahora estoy al frente de la residencia».
Bruno Villas encabeza un equipo de 25 personas que atienden a 50 residentes. En su gran mayoría, hablamos de empleo femenino: «Uno de los diferentes aspectos dinamizadores que ofrece una residencia como la nuestra, creo que está el de facilitar empleo a mujeres de la zona». Ya que hablamos de dinamismo, en el día a día de una residencia son numerosos los servicios que requiere para su lógico funcionamiento; en el caso de La Sabina esos proveedores son de la zona: «Contamos con numerosos gremios para atender las necesidades de la residencia; fontanería, electricidad, jardinería, peluquería, podología, alimentación… El movimiento es continuo. Creo que también tiene que ver con nuestra filosofía de mejorar cada día las instalaciones y el servicio personal que ofrecemos a nuestros residentes». Bruno Villas nos cuenta como a ese ir y venir de profesionales se suma el diario de los familiares que vienen a ver y a estar con los suyos: «Como cada año, el pasado mes de junio celebramos la Fiesta de la Familia con más de 200 personas. Ver tanta personas vinculadas al centro es una gran alegría».
Mujeres y hombres de Albelda, Tamarite, Binéfar, Altorricon, Castillonroy, Monzón, Lérida… procedencias varias para medio centenar de residentes que requieren máxima atención y, sobre todo, mucho cariño. Aquí el mimo cuenta y mucho: «Estoy convencido de que el nuestro es un trabajo vocacional. Yo hablo de los residentes como mis abuelitos. Mi obligación es hacer que se sientan lo más queridos posibles y ahí empieza todo lo demás; acogidos, protegidos, que sepan que estamos aquí para atenderles en todo lo que necesiten. Yo, muchos días cuando llego a la residencia, tengo que hacer el tour del beso y el saludo… y te puedo asegurar que es uno de los mejores momentos de mi jornada». Las palabras de Bruno Villas van acompañadas de un gesto en la mirada que confirma ese estado vocacional que siente y vive por su profesión: «Otro aspecto importante en nuestro trabajo son las familias y el vínculo tan fuerte que también establecemos con ellos. Son parte ya de la familia que formamos el centro». Unas familias que han tenido que asumir la necesidad de contar con un servicio como el que ofrece La Sabina, ante una realidad familiar y profesional que no cuenta con las herramientas necesarias para que esa atención pueda hacerse en casa, tal y como se vivía en generaciones anteriores. La entrada de la mujer en el mundo laboral, la mayor dispersión familiar y profesional, el incremento de la esperanza de vida… son factores que no conocíamos hace tres o cuatro décadas, tal y como se nos presentan hoy.
La figura del cuidador familiar que siente la obligación moral de llegar a situaciones límite de cansancio y estrés, antes de atreverse a plantear el tema ante la familia, va dejando paso a una razonable decisión en beneficio de todos: «Este servicio a nuestros mayores se asumió antes en las ciudades; aquí en los pueblos ha costado más. Pero poco a poco nos estamos dando cuenta que en algunos casos, ante las circunstancias que se nos plantean en el día a díano podemos atender a la persona como nos gustaría. E incluso, se pueda convertir al cuidador familiar en un perfil potencial de tener que ser cuidado. Ante este escenario, existe la posibilidad de acudir con nuestro familiar a un centro residencial con profesionales y medios para poder cubrir todas sus necesidades». Estamos ante una familia dentro de otra familia. Así puede llegar a abordarse la situación entre residentes, profesionales y familias cuando el tiempo ofrece esa posibilidad; dicen que el roce hace el cariño.